Meditar es tan sencillo como estar quietos por dentro.
Ahora, ¿cómo logramos esa quietud? Mediante el conjunto de ejercicios, prácticas y actitudes que aplicamos en la
meditación, hasta lograr sentir que hay una Presencia más allá de nuestros
pensamientos y emociones. Una presencia sin atributos particulares, que no es
joven ni vieja, ni exitosa ni un fracaso, ni hombre ni mujer: estos son sólo
rótulos que nos damos o que otros nos dan y nosotros aceptamos. La Presencia es
más profunda que eso. La historia de vida, nuestra situación de vida
(relaciones, finanzas, trabajo, salud) todo constituye quiénes somos tan sólo
al nivel de la forma, pero no es lo que somos a un nivel más profundo. Somos Presencia consciente.
Por lo tanto hay dos dimensiones en nuestro ser: el nivel de
la forma (joven, viejo, saludable, enfermo, exitoso, fracasado, rico, pobre) y
el nivel de la Presencia incondicionada.
No hay que CREER en la presencia, sino experimentar que no
hay nada más cierto que el hecho de que somos presencia consciente. Todo lo
demás podría ser un sueño, por la forma en que cambia y se desvanece. Lo único
que no cambia ni se desvanece es la conciencia que percibe los cambios y los
sueños de la existencia. Y eso es lo que somos.
Sólo en esa realización nos liberamos de la dependencia del
mundo de la forma, lo que es una condición terrible: construir nuestra
identidad en la forma, que es inestable y nunca satisface por mucho tiempo (¡todos
lo hemos comprobado!). La única verdadera fuente de satisfacción es conocernos
como Ser consciente.
Siempre habrá limitaciones e imperfecciones en la dimensión
de la forma. No esperemos una perfección imposible. La perfección de la que
habló Jesús “Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es Perfecto” se refiere al Reino de los Cielos dentro de nosotros. Y así
forma y no forma conviven. Y por primera vez podremos disfrutar de la forma por
lo que es, sin imponer expectativas irrazonables sobre ella, cuando esperamos
que las situaciones, personas y cosas duren por siempre y nos hagan felices. Por
supuesto que a veces somos felices con la forma, pero no por mucho tiempo.
Así podremos disfrutar con cierto desapego, por saber que
somos espaciosidad y conciencia, y desde allí podremos disfrutar de abrir un
libro, de la suavidad de un objeto, de una música. Tomando de cada cosa lo que
es, sin estar proyectados a la siguiente experiencia que nos dará satisfacción.
Y si pasamos por cosas dolorosas a nivel de la forma,
estaremos seguramente apenados, pero al desmoronarse la forma, permitirá que la
conciencia surja mostrando que siempre permanece detrás de las formas que se
disuelven. Detrás del dolor estará la
paz.
El desafío es percibir la Presencia que somos cuando estamos
interactuando con el mundo de las formas. Es un desafío porque la forma ejerce
una gran atracción sobre nosotros y tiende a tapar la otra dimensión más
profunda. Las situaciones nos atrapan, perdemos foco, y nos olvidamos del Ser
que somos. El yo busca afirmar su realidad.
Y ahí es cuando las prácticas nos traen de vuelta a la
conciencia de Ser.
(inspirado en las enseñanzas de Eckhart Tolle)